IVÁN FLORES LEDEZMA CUENTO

Desértico

Me sentía muy frustrado, triste e impotente. Esta era la cuarta y última vez que intentaba
cruzar la frontera para encontrar un mejor trabajo y poder conseguir algo de dinero para
mi familia, pero la patrulla fronteriza había capturado a mi grupo. Éramos cerca de treinta
personas y nos atraparon a todos, nos llevaron de vuelta a la frontera a unas habitaciones
más parecidas a celdas, nos quitaron nuestro dinero, tomaron algunos datos, unas
fotografías y nos dejaron ir con la advertencia de que si nos volvían a atrapar iríamos a la
cárcel. 

Yo estaba devastado, y para acabar la mala racha, nuestro coyote no quiso continuar por
el susto que había recibido la noche anterior, con un semblante claramente molesto, nos
recomendó volver a nuestro lugar de origen, él solo dijo que por su parte había hecho
todo lo que estuvo en sus manos y se fue, nos dejó ahí a nuestra suerte.
Algunos del grupo fueron a una caseta telefónica a intentar comunicarse con sus
familiares, para que trataran de mandarles algo de dinero y conseguir a algún otro coyote
que les ayudara a pasar la frontera.

Yo no sabía qué hacer, no quería llamar a mi familia y pedir más dinero, sabía que los
preocuparía, pero tampoco podía simplemente regresar a casa con las manos vacías. De
pronto, como si un milagro pasara, un señor se acercó a nosotros, que seguíamos
sentados y cabizbajos. Era un hombre muy alto, delgado y con el cabello grisáceo, dijo
que iba pasando por ahí y no había podido evitar escuchar la conversación, nos dijo que
él conocía otra forma de cruzar, que unos kilómetros cerca de ahí había un camino entre
las mesetas, en donde la migra no tenía mucho acceso, y si estos se acercaban,
podríamos verlos desde lejos, dándonos tiempo de escondernos, con mucha seguridad
afirmó que el camino era más tardado pero más seguro, el dirigía a un grupo y que si
gustábamos podíamos ir con él, y lo mejor de todo era que podríamos pagarle hasta llegar
a nuestro destino y no antes de partir, como muchos coyotes lo acostumbraban.

Sin duda era muy tentadora su propuesta, pero no sabíamos nada de aquel hombre, yo
había escuchado de pandillas que asaltaban a los indocumentados o que incluso llegaban
a secuestrarlos o matarlos, también había escuchado a personas contar que les había

pasado algo así en carne propia. Era mucha la incertidumbre, pero aún con el miedo que
teníamos, la mayoría del grupo aceptó, los pocos restantes prefirieron irse a sus hogares. 

Aquel hombre se presentó muy educadamente como Héctor, nos pidió reunirnos ese
mismo día a las seis de la tarde, en un punto muy específico de aquel poblado, nos pidió
ser muy puntuales, ya que no esperaríamos a nadie sin excepción, con un tono un poco
más amable nos recomendó que descansaremos y comiéramos muy bien para poder
soportar lo que nos esperaba. 

Aún teníamos cerca de ocho horas para descansar y muchos aprovecharon ese tiempo
para dormir. Por mi parte, estuve pensando en mi familia, en que pasara lo que pasara, yo
estaría bien y lo estaría por ellos, iba a ir a luchar por una mejor vida para ellos, todo esto
era por ellos. Con ese pensamiento me mantuve fuerte, fui a una iglesia que estaba cerca,
ahí me ofrecieron comida, pude rezar un poco y cuando fue la hora indicada me fui. 

Héctor ya estaba ahí cuando yo llegue, la mayoría de los del grupo llegaron acompañados
de unas cuantas personas más. Éramos alrededor de veinte individuos, eso me tranquilizo
un poco, saber que estas en un grupo siempre es más reconfortante.
Iniciamos la caminata, la noche era hermosa, con una gran luna que iluminaba nuestro
trayecto. Héctor estaba muy animado, nos saludó a todos, se presentó una vez más y nos
dijo cuál sería el plan, así como sus reglas: caminar cuando él lo dijera, detenernos
cuando nos lo ordenara y no hacer ningún ruido si él lo decía.

Él era muy simpático, iba platicando con todos nosotros, nos preguntaba de que parte
íbamos y porque habíamos decidido ir a probar suerte al país vecino, cuando alguien se
cansaba, él amablemente cargaba su equipaje por unos minutos, lo cual sorprendía a
todos ya que, pese a ser bastante delgado poseía una fuerza notable, cargando maletas
pesadas como si estuvieran llenas de plumas.
Él nos platicó que se había criado en el desierto, que él y sus amigos solían jugar ahí de
niños, empezaron explorando la frontera y poco a poco se adentraron en el desierto hasta
que lo acabaron conociendo como la palma de su mano, al final se dieron cuenta que
conocían el camino tan bien que podrían sacar una ganancia, así que, de vez en cuando
pasaban a las personas para el otro lado. 

El viaje era agradable considerando las circunstancias. 
Poco a poco, el camino se empezó a volver más difícil, para una camioneta era imposible
pasar, y entonces comprendí porqué era más seguro para nosotros. Llegamos a unos
matorrales y Héctor dijo que ahí descansaríamos un poco, unas horas después amaneció
y se escuchaba a lo lejos el ruido de helicópteros, no se veían, pero sabíamos que
estaban por ahí, nuestro guía nos pidió andar con cautela, seguimos caminado por horas,
descansando eventualmente. Héctor nos ofreció unas barras energéticas, eran unos
cuadritos apenas, pero él decía que eran muy potentes, y así lo sentí al comerla, sentí
que poco a poco regresaba a mi cuerpo la energía perdida, algunas personas no
aceptaron dicho presente tal vez por precaución, por mi parte, tenía bastante hambre, así
que no me podía dar el lujo de rechazarla. 

Llegó la noche y con ella su protección, podíamos andar más libremente, y aunque
nuestros pies no estaban tan agradecidos por aquel infernal camino, sabíamos que era
más seguro.

Era realmente agotador, todos íbamos muy exhaustos a excepción de Héctor, que iba
como si esto fuera una caminata por el parque, él pareció notar nuestro cansancio y
prometió que descansaríamos un poco al llegar a unos matorrales que estaban cerca de
ahí, al llegar a dicho lugar, todos nos sentamos y bebimos un poco de agua que
llevábamos en garrafones. 

La noche era realmente hermosa, empecé a preguntarme cuando podría volver a
observar las estrellas al lado de mi hija y de mi esposa, mientras pensaba esto, escuché
un ruido. Algo se acercaba hacia nosotros desde los matorrales, Héctor se levantó y pidió
que nos mantuviéramos alerta y en silencio, los ruidos cesaron, nuestro guía sacó de su
mochila unos cuchillos muy grandes y afilados, entregó uno a cada persona del grupo y
nos dijo que eran para protegernos, sólo por si acaso, comentó que en el desierto suele
haber coyotes, así como otros animales nocturnos. Nadie se espantó con esto, todos lo
sabíamos de antemano y a decir verdad nos sentíamos más seguros con esta arma que
nos había proporcionado.

Héctor pidió a señas que siguiéramos caminado, ahora se notaba algo nervioso, quizá
espantado, los demás no lo notaban, pero yo sí y eso me intranquilizó. Seguimos

caminado por un tiempo, quizá un par de horas, y volvimos a escuchar esos ruidos, ahora
más cerca y más claros, eran gruñidos, un coyote enorme apareció detrás de uno de esos
espinosos arbustos, era del tamaño de un gran toro, sus ojos eran brillantes y rojos, sus
colmillos brillaban a la luz de la luna.

Nos quedamos paralizados, de la nada salieron otras tres bestias iguales, Héctor avanzó
un poco y nos pidió a todos sacar nuestros cuchillos, dijo que no era tiempo de quedarse
así sin defendernos, y en seguida comenzó a reírse a carcajadas, mientras su cuerpo se
convulsionaba, se tumbó en el piso y empezó a desfigurarse, primero su cara después su
cuerpo, hasta convertirse en una de esas criaturas, sólo se escuchaban sus gemidos,
pero no de dolor parecían de placer.

Todos seguíamos quietos, aún asombrados por lo que acababa de pasar, de la nada un
grito se escuchó, cuando giré la cabeza una de esas bestias tenía en el hocico a una
mujer, de una sola mordida había conseguido arrancarle un brazo entero, todos corrimos
en diferentes direcciones, se escuchaban gritos y llantos, volteé para ver qué tan cerca
venían las bestias pero ellas seguían inmóviles, pensé que no nos seguirían, que el ruido
y el ajetreo los habían confundido, pero de pronto entendí por qué nos había llevado ahí
Héctor, por qué nos había dado cuchillos: ellos nos estaban cazando y querían divertirse,
querían que nosotros intentáramos defendernos.

Se escucharon aullidos más prolongados y fuertes, entonces sí nos persiguieron, oía
cómo uno a uno nos iba matando, un hombre que iba corriendo a mi lado se dio la vuelta
para intentar enfrentarse a esa criatura, y al llegar ésta le enterró él cuchillo, pero la bestia
no mostró ningún signo de dolor, enseñó los dientes y a continuación le arrancó la cabeza
de una mordida. Yo corrí, ya no sentía energía dentro de mí, pero aun así podía seguir
corriendo, afortunadamente encontré unos matorrales en donde me escondí, esperaba
que ahí no me vieran, y desde mi refugio escuché muchos lamentos, aún no sé cómo,
pero al cabo de unos minutos, de algún modo supe que yo era el único que seguía con
vida, pero aun así no pensaba salir, permanecí quieto y en silencio. 

Escuchaba los aullidos y gruñidos de esas bestias, parecían comunicarse, entonces me di
cuenta de que seguramente buscaban a algún sobreviviente, me buscaban a mí. Esa fue
la noche más larga de mi vida, deseaba que la migra apareciera, algún helicóptero, algo

que alejara a esas bestias y me ayudara. Pasadas un par de horas, vi frente a mí a una
de esas bestias, era enorme, parecía olfatear algo, se acercó bastante a donde yo estaba
y se fue, doy gracias a Dios que no me hubiera visto, a través de un hueco vi cómo se
alejaba y me sentí a salvo.

Permanecí ahí hasta el amanecer, salí con precaución mirando a todos lados, me di la
vuelta tratando de recordar cómo había llegado ahí y me fui, no busqué si había algún
sobreviviente, sólo me retiré, recordé que hasta ese punto llevábamos dos noches de
camino, tenía que poder regresar en una, no quería pasar otra noche más en ese lugar.
Caminé por horas, de pronto escuché un helicóptero, hice señas para que me viera,
minutos después un camión se acercó a mí, era la migra, me preguntaron qué hacía ahí
solo, yo, que hablaba medianamente inglés, traté de explicarles lo que había visto, sólo se
rieron y hacían bromas entre ellos de mi estado mental, era desesperante, yo pedía y
suplicaba que dieran media vuelta y fueran a ver los cuerpos de los demás, pero me
ignoraron. 

Después de horas de estar detenido me dejaron ir, traté de hablar con todos los oficiales
que había pero ninguno me hizo caso, al salir de detención vi a un grupo de inmigrantes
quienes parecían que, como nosotros anteriormente, estaban ahí esperando a algún
coyote que les prestara sus servicios, me acerqué a ellos y les pedí llorando que
reconsideraran su travesía y mejor se fueran a casa, les dije todo lo que había visto, lo
que había pasado, pero de nuevo nadie me creyó, pensaban que estaba loco, nadie daba
crédito a mi palabra, traté inútilmente de hacerles cambiar de opinión, entonces empezó a
anochecer y me dispuse a irme de  ese lugar, compré un boleto de autobús, finalmente
me iría a casa con mi familia. 

Al estar dentro del autobús giré la cabeza para ver a ese pueblo que no volvería a ver
jamás, entonces un rostro conocido apareció, era Héctor, estaba con el grupo de
indocumentados con los que hablé antes de partir. 

Tanto silencio habita en la frontera, tierra de nadie y al mismo tiempo tierra de todos,
¿cuántos desaparecidos hay cada día, cuantas personas que no volverán, cuántos
secretos hay en ese desértico lugar?

Deja un comentario