ZINDY RODRÍGUEZ TAMAYO CUENTO

KING CIPACTLI
Por: Zindy Rodríguez Tamayo

La gente no me cree, pero estuve en el Topanga Corral la noche en que The Eagles y Neil
Young tocaron con Joni Mitchel. Es un recuerdo que atesoro. Joni me sonrió mientras
intentaba abrirme paso entre la multitud. Ella estaba sentada como una reina ante su corte.
De pronto sentí cómo una mano se apoyó en mi hombro, intentando pasar. Era Neil Young
dirigiéndose al pequeño escenario cuando The Eagles terminó su turno. Era estupendo estar
tan cerca de tales artistas, ¡qué noche! Verás, Topanga Corral era un galerón ubicado en el
bulevar del cañón Topanga 2034, claro, en California. Un club nocturno lo suficientemente
lejos de todo, donde músicos como Creedence, Spirit, Linda Ronstadt, Canned Heat, Little
Feat, Taj Mahal, Hot Tuna, Leon Rusell, Arlo Guthrie, Black Oat Arkansas, Jo Jo Gun, ZZ
Top, New Mama, Bob Dylan, por supuesto, The Doors y muchos otros, tocaron durante sus
primeros años. Sí, ahí donde Graham Nash abrió un concierto derramando cerveza en su
piano. Se incendió en los años 70, pero fue reconstruido sólo para quemarse de nuevo en

  1. The Doors me encantaban. Aquellos eran los días. Recuerdo que manejé desde la
    ciudad de Covina hasta El Corral para ver al King Cipactli, you know, hay que darle un
    sabor mexica a la vida, okei, Rey Lagarto. Después de llegar, nos enteramos que debíamos
    tener veintiuno para beber cerveza, aunque eso no fuera ningún problema para nosotros;
    realmente, nuestra ilusión era echar un palomazo, por lo que llevamos nuestro equipo. La
    noche y la música fueron increíbles. Durante la participación de un solista sorpresa, vi al
    hermano de una exnovia sentado en el borde del escenario junto al piano y me pidió el
    favor de prestarle nuestro amplificador de guitarra. Accedí encantado. Era un Fender 1965,
    una chulada, le habíamos cambiado las bocinas para que pateara a lo bestia. Recuerdo que
    escribí de manera secreta en una de las paredes internas del amplo: “M.S. The Tell-Tale
    Hearts”. Fue una noche increíble que mejoró cuando encontré el camino a casa. No
    recuerdo nada más, por supuesto que del amplificador nadie se acordó tampoco. ¿Sabes
    dónde se escribió el Blues de la Cabaña? Pues en Topanga Corral.
    Años más tarde, cuando ya teníamos una propuesta musical más definida, nos presentamos
    como grupo de relleno en el Cristal Ship, un bar tijuanense. Qué indescriptible emoción
    sentimos cuando nos enteramos que en ese mismo sitio tocarían Las Puertas. No estoy muy
    seguro de cómo, pero me las ingenié para conseguir un lugar en la programación. Fue un
    desmadre. Los Locos se robaron el espectáculo. Yo estaba muy grifo, pero mi sorpresa fue
    mayúscula cuando The Doors salieron a escena. ¡Ahí estaba nuestro amplificador! Mierda.
    Fue maravilloso. Después de que terminaron su presentación, Jim quería sentarse a beber
    una cerveza. La gente cerca de mí gritaba enloquecida «¡Consigue una silla para Jim, dale
    la tuya!». Yo había sido muy afortunado en conseguir la mía. Y después de lo del
    amplificador, no sentía muchas ganas de rendirle pleitesía. Pero alguien a mi lado sí lo hizo.
    Así que Jim Morrison y yo, nos sentamos uno al lado del otro. ¡Él realmente me habló! Me
    preguntó “¿borracho o drogado?”, respondí como la persona que siempre he sido: “Un poco
    de ambos”. Más tarde, discutí con los jalacables de producción y el amplificador volvió a

nosotros. El grafiti interior fue la clave, yeah. Realmente The Doors iban y venían de
México, como todos los gringos que buscan un espacio para reventarse. Realmente, sus
presentaciones no eran tan masivas, porque en la frontera o en California todo eso era
normal, ¿ves? En la Capirucha la cosa estaba caliente, por lo de la represión estudiantil,
difícilmente el movimiento sería como en TJ.
Pero en el 69 la visita de Las Puertas a la Ciudad de México fue todo un suceso. La idea de
traerlos fue de un tal Mario Olmos, quien quería organizar un concierto en la Plaza de
Toros. Los boletos costaron 12 pesos para permitir que las clases populares asistieran
también. Yo estaba en México por esos días, mi tío consiguió las cortesías para el concierto
que estaba planeado para una gala de beneficencia a nombre de las Naciones Unidas o de la
Cruz Roja. Realmente hay más leyenda y blof que buenos resultados en esos conciertos,
porque fueron un fracaso. La gente más cercana dice que Jim se la pasó “en el agua”, por
ejemplo, después de uno de los lamentables conciertos, se quedó dormido con un trago en
la mano y la cabeza sobre la mesa, al tiempo que las caras más bonitas e indolentes de la
Ciudad de México seguían departiendo a su alrededor.
Quizá, lo que realmente quería Jim Morrison era profundizar, desde su poética mirada, algo
sobre el “México de verdad”. Era un poco soñador, ¿me entiendes? El viaje a Teotihuacan
fue una experiencia distinta a lo del Museo de Antropología, donde pude colarme por ser
amigo de Ricardo Kichner, un cuate de la infancia, excelente piloto, poliglota y poseedor de
un cinismo tan grande como la fortuna de su familia. Ricardo fue el chofer de The Doors
durante todo el viaje. En la visita-locación-pasarela en el museo de Antropología estuvo
incluso el insufrible hijo del presidente Díaz Ordaz; la bellísima Meche Carreño y un wey
que me dijo, ya con unos tragos encima, que era hijo ilegítimo de Henry Miller.
Ricardo Kichner me contó que, de camino a las pirámides de Teotihuacan, Jim dejó su
lectura para observar la periferia de la ciudad. El estrecho camino hacia la zona
arqueológica era una ruta interesante, pasando por lo que parecían aldeas de adobe y piedra
alrededor de iglesias antiguas. Todo ello estaba flanqueado por un horizonte de increíble
claridad. Jim Morrison caminó sin zapatos en La calzada de los muertos; no era un iletrado,
pero estaba asombrado ante la grandeza de lo incomprensible, por ejemplo, permaneció en
éxtasis ante la imagen de un caracol emplumado. Kichner hizo conjeturas, ya no estaba
seguro si la actitud de Jim estaba motivada por la pátina de los pigmentos originales en los
muros o por los efectos que la familia de hongos derrumbe estaba causando en su interior.
Morrison no pudo evitar sentir escalofrío al mirar los frisos en el conjunto Quetzalpapalotl,
reloj de sol y agua, vestigios de una brillante ciudad, pulida, pintada y estucada.
A ratos, Morrison dormía dentro de la limusina, mientras ésta atravesaba los barrios más
pobres y en la estación de radio más importante se escuchaban sus canciones. Los
sorprendentes contrastes de la vida mexicana moderna se presentaban ante ellos: el estilo
parisino de Paseo de la Reforma; el pollo frito al estilo Kentucky en el mismo menú que el
pulque, bebida de los dioses prehispánicos; el lujo de la limusina Cadillac, paseándose al
lado de animales muertos tirados a un lado del camino, una sección entera de las calles
citadinas nombradas en honor de Arquímedes y Goethe y otros pensadores, contra lo que se

convertía en una aparente dictadura que ejercía su poder sobre los jóvenes. El verano
pasado, los estudiantes estuvieron a punto de tomar el gobierno. La represión fue tremenda,
entre trescientos y mil estudiantes fueron asesinados, la mayor parte de ellos acribillados o
simplemente secuestrados en medio de la noche.
Ricardo cuenta que el penúltimo día de la gira, el domingo, Los Doors leían las reseñas de
sus presentaciones en los periódicos locales. Un crítico de El Heraldo, por ejemplo, dijo
que Morrison era “un pirata pelirrojo mezclado con Fidel Castro y el Jorobado de Notre
Dame”. Morrison estaba demente, decía el texto, y lucía como un sucio y viejo gringo que
“se acariciaba la barba como un ogro que acababa de comerse a su víctima”. Además, decía
que Morrison era muy ruidoso y ácido. “Es la mejor reseña que hemos obtenido”, dijo Ray
Manzarek, sentado en el asiento trasero de la limusina, camino a la Lagunilla. Mientras
cientos de personas se arremolinan ahí, dispuestos a jalonear a los dos integrantes de The
Doors, con papel y pluma en mano para pedirles un autógrafo.
La visita llegaba a su fin. Miles de mexicanos habían mirado las barbas y los largos
cabellos de The Doors, pero nadie había hecho ningún comentario peyorativo, de hecho, un
joven llamó a Morrison, “Jesucristo”. El país fue descrito en reiteradas ocasiones como una
“olla de presión política a punto de estallar”, pero The Doors parecían haberse mantenido
lejos de la situación, excepto por el hecho de que varios de los conciertos planeados no se
llevaron a cabo.
Hemos hecho quinielas, Ricardo piensa que Jimbo se preguntaba hacia dónde se dirigía la
carrera armamentista y las acciones de las franjas oscuras del Estado en un país como
México, tan espectacular como vulnerable. El hecho es que Jim pasó las últimas horas en
México, mirándose al espejo. Algo encontró en su rostro, algo de lo descarnado que
percibió en la representación del dios Xipe-Totec. “Fuego nuevo”, gritó en voz alta en
todos los tonos mirándose al espejo. Entonces, se quitó la barba.
The Doors esperaban el avión que los llevaría de regreso a casa. Más flashes. Llama la
atención una foto que muestra a Jim Morrison con el fragmento a sus espaldas de una
pintura mural atribuida erróneamente a Diego Rivera. El mural es realmente La conquista
del aire por el hombre del artista Juan O’Gorman (1937, parte inferior derecha, décimo
panel).
Jim Morrison quedaría muy impresionando por las formas proféticas de los temas
planteados por el arquitecto mexicano. Era una síntesis perfecta de todas las caras de ese
fractal llamado México. Moderno y tradicional. Público, pero extremadamente íntimo.
¿Ves? Yo creo que Jim sintió que era un lagarto muy pequeño ante las máquinas de guerra
y el poderío tecnológico expuestos en los trazos de O´Gorman. Decidió que quería más.
Que ese mapa al estilo Le Corbusier tenía mucho más qué darle y que quizá era tiempo de
ir a Europa y conocer París, Barcelona, el mundo entero. Jim pidió que le hablaran sobre
Juan O´Gorman. Ricardo conocía a su sobrina, pero no sabía gran cosa sobre arte. “Es un
arquitecto algo loco y excéntrico, tiene unas casas muy interesantes”. La capacidad de
desdoblamiento en O’Gorman perturbó a Jim, porque lo hacía mirarse a sí mismo dentro de
un sueño. Un sueño donde moría una y otra vez para encontrar, por fin, las puertas que

decía representar pero que no lo habían llevado a ninguna parte. Cuando estaban arribando
a la Ciudad de Los Ángeles, Jimbo despertó muy sobresaltado. Comentó que había soñado
que estaba dentro de un mural de Juan O’Gorman.
Pocos años más tarde, Ricardo Kichner encontró a Pam Morrison en una fiesta extrema,
después de la muerte de Jim. Pam le preguntó si sabía quién era Juan O’Gorman, porque
una noche cercana a su muerte, Jim soñó que hablaba con el pintor. Juan lo abrazaba y
luego le decía que estaba deprimido, sobre todo desde el fallecimiento de su amiga Frida
Kahlo; Juan O’Gorman le confesaba a Jim que había decidido suicidarse: primero haría una
mezcla con las pinturas con las que realizaba sus murales y la bebería, luego se colgaría de
un árbol y posteriormente se daría un disparo en la sien con su escopeta, para finalmente
caer ahorcado del árbol. Algo realmente inolvidable.

Agradezco el valioso testimonio de Ricardo Garibay III.
Hopkins, J. “Jim Morrison en México. El ‘Rey Lagarto’ falleció hace 50 años”, en Rolling
Stone, junio 2021.

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